domingo, 2 de abril de 2017

La química del carbono

Hoy siento, creo. Aunque se pierda
en la niebla y en la luz del sol
mi lucha y mi palabra, me niego.
Me niego, simplemente, a dejar
que caiga mi sudor en el mar
de lágrimas ajenas que me rodea.
Me niego a que mis horas muertas
se desvanezcan en las almas vacías
que me ahogan. Si el estudio me
hizo sabio, y la voz me hizo persona,
el hombre mudo y ciego de la
esquina de la vida no tiene nada
que envidiar de sus mejores, sus peores.

Y sigo, y seguimos ladrando como
perros de pensamiento a la química
del carbono por hacernos y a la 
química del odio por terminarnos
tan a medias, tan enteros y mal hechos.
Y seguimos, y sigo implorando con
la navaja en la mano al sueño
americano que se eche a un lado
y nos deje vivir sin esperar, vivir
sin existir para los otros. Y siguen,
y sigo cerrando los ojos para ver
con claridad nuestro viaje y nuestra
caída de los cielos despejados.

Aunque creo que ya he dicho 
veces más que suficientes que el
deseo es aburrido si no hay nadie
que desee lo contrario. Aunque
tengo la garganta seca de tanto
pedir desiertos y recibir junglas
de palabras que tragan todo y dicen 
nada. Aunque ya he rezado suficiente
al nuevo dios de laboratorio y aunque
ya he escuchado vuestros gritos de 
alegría ante la muerte del pasado,
no me olvido y no perdono 
que viváis en alabanza el abandono
de la mente y la persona 
y que sacrifiquéis lo que he soñado 
ante los ojos legañosos de los reyes de Sodoma.




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