sábado, 15 de abril de 2017

Locus



Esta Semana Santa me ha enseñado, o quizás recordado, muchas cosas. Me veo ahora, subido en el terrado en una noche tan larga con nada más que el pensamiento. Me veo sentado, viendo pasar la vida delante de mis ojos como si estuviera en mi lecho de muerte. Quizás lo estoy, y resulta que voy a tardar 70 años en agonizar. Ojalá no.

Ahí arriba, rodeado de oscuridad y de Yo, con mayúscula, se hace y se hizo muy difícil escapar de mí mismo. Hasta ahora no se si he sido feliz. No he sido desgraciado, eso es seguro, pero  la vida no se mide en contrarios. Quizás lo que pasa es que echamos de menos el mundo de los héroes y de los genios. Quizás es que estamos tan acostumbrados a ver protagonistas que no se nos ocurre que el de personaje secundario es el papel más cotizado, y más ofrecido.

De noche, con el mar de fondo constante y repetitivo, con esa farola mal colocada a cien metros y con los ruidos del bar de playa de fondo me queda sólo entregarme al sueño o rendirme a la introspección. Queda claro que soy un insomne convencido. Debo decir que no sé hasta qué punto valgo la pena, hasta que punto importa lo que llegue a ser. No sé hasta qué punto y a parte debo seguir hablando de mí y no sé hasta qué punto de fusión mis sentimientos dejarán de ser cristales vacíos. Sí sé, con toda seguridad, que más allá de la fama, el éxito y el yo externo satisfecho, aquí estoy en paz. 

Con el murmullo del mar de fondo, la playa vacía a las doce de la noche, mi selva en el tejado, y la mente tranquila de estar solo entre pocos, creo que podría ser feliz. No sé si feliz en el sentido estricto de la palabra, pero satisfecho se ser yo y de estar ahí. De estar, simplemente.

A veces me pregunto qué valor tiene una sonrisa forzada. El mismo que una relación forzada o una noche forzada, supongo. No sé qué valor tiene porque no le confiero ninguno. Por eso no sonrío  aquí, aunque soy feliz. Por eso no lloro y por eso no rasgan mi semblante muecas de fuera y para fuera.

Estoy aquí, el agua es amarga pero más amargo es el dulzor de la capital. Las noches son buenas y el mar es la paz de la que se me ha privado. La jungla en el tejado es el sereno santuario que en Madrid no puede existir.
Aquí podría perderme y no buscarme. Aquí podría ser feliz. Aquí podría, ser.

Pero debo irme, debo regresar a mis responsabilidades. Esta vez más cerca de volver. Esta vez con un pedazo del paraíso entre mis manos y con un billete de regreso a mis recuerdos. Esta vez.


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