jueves, 16 de febrero de 2017

Hicieron un hijo de sus virtudes

Hicieron un hijo de sus virtudes y lo llamaron odio, pero nunca sospecharon que lo tomaríamos como un hecho, y haríamos del regalo concepto, y del concepto putrefacción.

Llevamos llorando siglos, o eso dicen los surcos resecos que adornan nuestros rostros impersonales. El mar perdió su memoria en las risas de su progenie, y cuando la carcajada se tornó chillido, no nos quedó más opción que callar y servirle.

Le llamamos rey, pero él nunca pidió un título. Matamos en su nombre, y él ni siquiera quiso tener uno. Asumimos que su serenidad era un símbolo de apoyo, pero resultó que no sabía llorar ni gritar, y que la muesca que llamábamos sonrisa no era más que el rictus de horror del inocente que se cree culpable.

Hicimos en su nombre lo que no hubiésemos hecho en el nuestro, y a base de palabras forzadas y crueldades escondidas nos rompimos. Perdimos lo que pudimos ser en la obediencia a un ser que ni la exigía ni la quería. 

Cuando no quedó más que ceniza y ruinas empezamos a tener tiempo libre, y en él nos preguntamos por qué estaba todo roto. Habíamos olvidado, por culpa o por costumbre nuestro "odio". 

Así que fuimos a ver a nuestro señor, para recibir nuevas órdenes. En el trono de huesos había sólo eso. Atado entre cadenas quedaban los restos del que creíamos nuestro líder, y llevaba milenios muerto. 

¿A quién habíamos estado obedeciendo en nuestra ceguera? La repuesta la encontramos en nosotros mismos. Fingimos ser liderados para ocultar nuestra muerte interior. Buscamos un líder y le llamamos odio, pero el único odio que nos guiaba era el propio, el único líder la irracionalidad. 

Nos vimos sombras del pasado entre cenizas de la civilización. Y no nos arrepentimos, porque ahora había surgido un nuevo jefe, se hacía llamar orgullo.

Y así pues, equivocados y asesinos confesos seguimos odiando y decidimos no pensar, hicimos de la soberbia cruzada y avanzamos entre los restos de lo que habíamos llamado hogar. Alejados de la responsabilidad de nuestros actos y con líderes intangibles hijos de nosotros mismos, aprendimos a no aprender


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